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7.12.10

Los jueves a las ocho de la mañana


Sol no sabía qué hacía caminando hacia la universidad tan temprano, eran casi las ocho de la mañana. En realidad sí sabía: ella siempre llegaba a tiempo a las clases. Estaba a mitad de la carrera, con todos los cursos aprobados y con varios pretendientes desaprobados. Un profesor pasó y le dijo que tenía una foto con ella de algún paseo de primer año. Se quedó pensando en un posible romance entre los dos y rio.
Se calló cuando notó que él ya llegaba a la facultad. Le llamaba la atención lo distante que era él con la gente, a diferencia de ella, que hablaba con cualquiera. Él siempre andaba con sus audífonos puestos, ella se lo imaginaba escuchando cualquier cosa ruidosa, como no queriendo escuchar a nadie. Siempre llegaban antes que los demás a esa clase de los jueves a las ocho de la mañana. Ella dormía temprano todos los miércoles, se masturbaba pensando en él, y se bañaba rápido los jueves en la mañana para llegar junto o antes que él.
Alex, qué feo nombre, pensó, cuando el primer jueves pasaron la lista y descubrió el nombre de su chico. Además, por su código de alumno, supo que era dos promociones mayor que ella. Fue ella quien se las ingenio para que él la necesite, así que un lunes él la siguió para pedirle las notas de clase. Ella andaba fumando en las afueras de la cafetería con sus amigas y se dió cuenta que él le buscaba la mirada. Recordó lo tímido que era y lo imposible que sería que él se acercase, así que fue ella.
Pasaron semanas saliendo. Iban a sacar copias y a tomar helados lejos de la universidad. Para Sol él era extraño, para Alex era un poco al revés. Alex dejó a su novia de dos años al instante (en realidad a la semana y media), Sol no tenía a nadie, pero pensaba dejar la universidad. Putamadre, Alex, pero estoy a mitad de carrera, lo hostigaba Sol. Alex la miraba con ternura, la empezaba a querer. Además, por el contrario, Alex sí quería ser sociólogo, y tenía las cosas claras, además no quería chambear. Mierda, otro huevón, pensó y nunca dijo Sol. Otro día, en la sala de Sol, él tocó la guitarra para ella y además le cantó. Ella se sintió especial y lo besó. Se besaban y se tocaban hasta que sonó el teléfono, interrumpiendo la sesión. Siguieron escenas parecidas muchos días. Hasta que Sol se descubrió: era una perra, confundía la vocación y el amor.

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