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3.10.09

¿Y si lo hacemos de nuevo?

Diana y Emilia habían terminado de cenar en familia. Esta había sido una Navidad distinta. Los otros años todo eran ruidos, regalos, luces, primos y vecinos. Esa vez, tal vez había todo, pero ni ellas ni los que comieron en esa mesa lo sintieron igual. Diana salió al jardín a las dos de la madrugada, y mientras ella lloraba, el barrio celebraba. Emilia, en cambio, se quedó en el patio escuchando a Sofía preguntarle con la inocencia de sus tres años "¿Tu mamá se va a morir?" Emilia sólo se la llevó a dormir. Quienes no estaban ya durmiendo prendieron la tele del comedor. El noticiero reemplazó la cerveza y el whisky de hace un año. Las lágrimas reemplazaron a Héctor Lavoe en la radio.
Diana no se soportaba ni a ella ni a sus ideas, todas (Diana e ideas de Diana) catastróficas hoy y mañana. Buscó a su hermana y las dos inevitablemente corrieron al segundo piso. En el primero, siempre más familiar, nadie notó la ausencia, gracias al ruido que no hicieron y a las luces que no prendieron. El pasadizo estaba más frío de lo habitual, como las manos de Diana asustada y los amores de Emilia preocupada.

-Sofía me preguntó si mamá se iba a morir. No puedo creer lo que le quise responder.
-Cállate. Aún no se va a morir. El doctor habló con mi papá y...
-No seas idiota. A corto o largo plazo, igual morirá. Sólo la tendremos unos meses más -finalizó Emilia.

Los doctores sentenciaron que no era cáncer (Déjeme decirle que es peor que el cáncer y su esposa ya lo sabe, le explicó el doctor al papá), más bien una de esas enfermedades raras y mortales, casos interesantes tanto para destacados estudiantes de medicina como para el programa concurso de las tres de la tarde, sí, ese que cumplía (no tan) fácilmente los sueños. Ellas creyeron decidir esa madrugada navideña: Diana se colgaría de la puerta de la habitación de Emilia, y viceversa.


-Tú agarra más libros, yo tengo las páginas amarillas -alcanzó a decir Diana

Partida en dos la soga rosada que Sofía olvidó llevarse hace unas semanas a su casa, la amarraron a cables pegados arriba de sus puertas. Se subieron cada una a su torre de libros ¡todas las sillas estaban en el primer piso! Emilia no supo en qué momento Diana se quitó la ropa para querer hacerlo en bata de baño y en botas. Emilia esperaba. Su hermana la miró, sonrió con aire triunfal de haber decidido primero y se colocó la soga al cuello. Pateó la guía telefónica mientras su mamá subía a dormir las doce horas necesarias antes de la inyección diaria. Vio a sus hijas, ya sin alarmarse por la escena también diaria. Se acercó a Diana y le rebuscó el bolsillo de la bata. Emilia soltaba carcajadas.

-¡¿De dónde has sacado todas estas pastillas?! (1)

Diana aún no se moría, algo siempre había fallado, tal vez por ser la soga de plástico o por volver a pisar las páginas amarillas. Miró molesta a su mamá, se sacó la soga del cuello y se fue a su cuarto a llorar.


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(1) En la versión original, la mamá le encontraba dinero en el bolsillo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

ESTAS LOCA. BUSCA UN SICOLOGO

luciaunarcoiris dijo...

No te preocupes, ya lo tengo! :)